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Los primeros astronautas Argentinos

EL PROYECTO  BIO I

No hace muchos años nació un ambicioso proyecto cuando algunos hombres de nuestra Fuerza Aérea decidieron dar un paso significativo en la investigación y experiencia científica argentina: poner a punto y desarrollar un sistema que permitiera la utilización de cargas útiles de cohetes de fabricación nacional en operaciones biológicas, basándose en la moderna técnica científica llamada “biónica”.
De ahí que se pensara en la preparación y lanzamiento de un animal de pequeñas dimensiones a gran altura, cuyo cohete transportador pudiera ser telemetrado y recuperado en óptimas condiciones.
Por tal motivo, dicha experiencia se denominó “Bio I”, empleándose la carga útil del “Orión II” que llevó en la base del cono la cápsula Bio I, conectado a un cohete “Yarará” de menor empuje.

La elección animal recayó en una rata blanca, debido a su similitud con mamíferos superiores, incluso con el hombre; claro está, en lo que hace a las reacciones fisiológicas. Su nombre, “Belisario”; sexo, masculino; edad, cinco meses; peso, 170 gramos.
En la pista de la Escuela de Tropas Aerotransportadas (Córdoba) el día 11 de abril de 1967, se produjo el lanzamiento de tan preciada carga, ante la expectativa y ansiedad de los asistentes. El éxito del disparo fue tan extraordinario como el resultado final, pues a los 28 segundos se abrió el paracaídas que portaba la cápsula y en su interior al primer navegante argentino que contribuyó al progreso científico nacional en el espacio: “Belisario.”( Fuentes TN Lic.Roberto J. Martínez )

Proyecto BIO II

Si retrocedemos al día 11 de abril de 1967, cuando se llevó a cabo una experiencia con la rata “Belisario”, podremos apreciar que tanto las autoridades de Aeronáutica, como los científicos y técnicos civiles y militares, jamás se detienen, quedando ello demostrado con la prueba realizada más tarde, el 30 de agosto de 1969 en la base de Chamical, operación en la cual participó una rata blanca: “Dalila.” El cohete empleado fue un Orion II, de 188 kilos de peso, que alcanzó una altura de 20 kilómetros a una velocidad de 2850 Km/hora. La cápsula que transportó a “Dalila” pesaba en total 65 kilos.

El pequeño animal realizó el vuelo en estado de tranquilización, para lo cual se empleó un nuevo método, es decir, la aplicación de una anestesia que inhibe al animal de sus reacciones de defensa, pero que mantiene una normalidad sobre los parámetros fisiológicos. Dicho método fue desarrollado por el cuerpo biológico del Instituto de Medicina Aeroespacial.

Previa separación de la cápsula, los paracaídas se abrieron normalmente posibilitando así el descenso suave de la misma. La búsqueda y recuperación de aquella estuvo a cargo de un equipo compuesto por dos radares “Cotal\", un avión especialmente instrumentado, un helicóptero y el sistema de comunicaciones radioeléctricas de enlace. La cápsula se posó sobre un árbol, a 17 kilómetros al Este del lugar de lanzamiento, siendo recuperada por el sistema mencionado.

Transcurridos 45 minutos del lanzamiento, “Dalila” se encontraba con vida y en los laboratorios donde era sometida a distintos análisis por parte del cuerpo biológico del Instituto.

Los objetivos fijados con esta experiencia fueron: a) Comprobar el funcionamiento de los sistemas medidores de temperatura; b) Controlar el ritmo cardíaco y respiratorio y c) Comprobar el sistema de frenado y recuperación de la cápsula. Con esta experiencia se dio cumplimiento a la cuarta etapa de la prueba que se denominó “Bio II” y que culminaría con el lanzamiento de un mono al espacio.
El vuelo del Orion II con el roedor a bordo –hito fundamental en los planes espaciales argentinos- significó, a juicio de los responsables de esta experiencia, todo un éxito.( Fuentes TN Lic.Roberto J. Martínez )


Rescato una nota publicada por el diario PAGINA 12 el 30 de Diciembre del 2009.

 Proyecto Navidad


Un documental de la Universidad Nacional de Córdoba rescata una epopeya olvidada: la de Juan, el mono misionero que en 1969 tripuló una cápsula que lo llevó a 82 kilómetros de altura. Argentina fue el cuarto país en llevar un mono al espacio.

Por Leonardo Moledo


Hace 40 años, Juan, un mono misionero, se convertía en el primer argentino en llegar al espacio. El 23 de diciembre de 1969, meses después de la llegada del primer hombre a la Luna, desde el Centro de Experimentación y Lanzamiento de Proyectiles Autopropulsados de Chamical, en La Rioja, la Argentina lograba colocar un mono en el espacio, utilizando tecnología aeroespacial propia. Tal vez sin proponérselo, la Argentina fue el cuarto país en llevar con éxito un simio al espacio, detrás de las experiencias de Estados Unidos, la URSS y Francia.

La experiencia fue llevada adelante por un equipo de ingenieros, biólogos y médicos argentinos, con tecnologías desarrolladas en el país, en el marco de un proyecto bautizado Experiencia BIO II, encabezada por el Instituto Nacional de Medicina Aeronáutica y Espacial y la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales, antecesora de la actual Conae.

A bordo de un cohete sonda desarrollado en la Argentina, un Canopus II, de unos cuatro metros de largo y 50 kilogramos de carga útil, Juan fue lanzado en un vuelo suborbital más allá de la atmósfera terrestre.

Juan era un mono caí, oriundo de la provincia de Misiones, pesaba un kilo y medio y medía 45 centímetros de alto, condiciones ideales para habitar la pequeña cápsula en la que dio el paseo en el que alcanzó los 82 kilómetros de altura.

Por entonces debieron afrontarse múltiples desafíos técnicos. Por un lado, la cápsula fue el resultado de un detallado estudio de los ingenieros. El habitáculo presurizado y con temperatura estable debía permitir que el mono tripulante se oxigenara adecuadamente y un escudo térmico debía aislarlo de los 450 grados que alcanzaba el cohete en el exterior por la fricción. Incluso la butaca debía permitirle sobrellevar la fuerte aceleración durante el despegue. El mono voló sedado.

También se desarrolló un sistema telemétrico, inédito para la época, para recibir en tiempo real información acerca de su estado físico. El objetivo era observar las consecuencias del viaje fuera de la atmósfera de un animal lo más similar posible al hombre. Durante todo el viaje se monitoreó la temperatura corporal del animal, su ritmo respiratorio y se midió el comportamiento biológico ante las fuertes vibraciones a las que era sometido.

“En julio de aquel año había llegado el hombre a la Luna y había un fuerte incentivo para intentar hacer un vuelo con un animal y con tecnología desarrollada en nuestro país”, recuerda el comodoro retirado ingeniero Antonio Cueto, que fue el responsable técnico del lanzamiento y hoy dirige el Museo Universitario de Tecnología Aeroespacial en Córdoba.

La Universidad Nacional de Córdoba realizó un documental que rescata los detalles de esta epopeya olvidada. “En los latidos del corazón del mono, que oían los ingenieros durante el vuelo, resuena un mensaje para el futuro: aquél fue el primer paso argentino en su carrera al espacio”, dice el investigador Diego Ludueña, director del audiovisual, cuyo adelanto puede verse en http://www.youtube.com/watch?v=RV9fMsXW9FA

El asunto es que en el país hubo una temprana tradición aeronáutica y espacial: ya en 1927 se construían aviones y en el período que va de 1960 a 1972 se construyeron, desarrollaron y lanzaron varias familias de cohetes sonda: Alfa Centauro, Beta Centauro, Orión, Canopus, Rigel y Castor.

La exitosa operación de llevar a Juan al espacio fue consecuencia de una serie de investigaciones y de-sarrollos técnicos previos. Por ejemplo, en abril de 1967 se embarcó a bordo de un cohete Orión –más pequeño, con 25 kilos de carga útil– a Belisario, Abelardo, Dalila y Celedonio, cuatro ratas, para realizarles estudios biológicos a una altura de 25 kilómetros. Pero corrieron suerte dispar: sólo dos sobrevivieron a la agitación de semejante vuelo. La experiencia, no obstante, sirvió para el “vuelo del mono”, que no debe confundirse con el Juicio del Mono de 1928 sobre el darwinismo, ya que de monos estamos hablando.

En 18 segundos de furia llegó a 12 kilómetros de altura y continuó luego ascendiendo por inercia hasta los 82 kilómetros de altura. Se trató de un vuelo suborbital, es decir, salió fuera de la atmósfera terrestre, pero sin llegar a entrar en la órbita. El mono tocó tierra a los quince minutos, luego de que la cápsula desplegara unas aletas que estabilizaron y frenaron su feroz descenso a 400 metros por segundo, antes de que se abrieran con éxito los paracaídas. Aterrizó a sesenta kilómetros de distancia del lugar de lanzamiento, afortunadamente sobre una salina y no en un lago o espejo de agua, lo cual le hubiera significado una muerte segura.

Juan sobrevivió a la experiencia y vivió dos años más siendo la gran atracción del zoológico de la ciudad de Córdoba. ( Fuentes Pagina 12 )

Informe: Ignacio Jawtuschenko.






Posteado por Valterber el 1:19. Etiqueta . Puedes ver los comentarios via RSS RSS 2.0

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