Alerta Noticias: Juan Baigorri Velar, el hombre que hacia llover
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Juan Baigorri Velar, el hombre que hacia llover

Hoy añadimos una nueva sección, la de Mitos y Leyendas. Algunas son conocidas y otras no. Pero, a veces, en rueda de amigos surge del pasado historias atrapantes. Hombres, mujeres, niños, regiones que formaron parte de nuestro amado Planeta Tierra. Nuestra primera entrega "JuanBaigorri Velar, el hombre que hacia llover"

Viajemos en el tiempo y nos ubicamos a fines de 1938. Un cielo cada vez más nublado se espesa sobre el mundo: en España, guerra civil desde hace dos años, que repercute con extraordinaria emotividad en nuestro país. En Europa, el acuerdo de Munich no parece haber logrado estabilizar el tambaleante equilibrio continental. Hitler continúa amenazando, agrediendo y Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos, contemplan con asombro la tremenda violencia con que Alemania sale a reconquistar lo que le quitara el Tratado de Versailles.

Cielo nublado. En la Argentina gobierna Ortiz, surgido de comicios cuestionados por todos los sectores políticos –menos el oficialista- que ya evidencia, ante sus íntimos, la ansiedad por terminar con el fraude electoral que parece endémico en el país. El proceso a la mafia de “Chicho Chico”, el “affaire” de Martita Stutz, ensucian el ambiente nacional. Pero si el cielo, metafóricamente, está nublado sobre el país y el mundo, hay zonas del interior donde el firmamento se mantiene desde hace dos, tres años, en un azul implacable. No llueve, por ejemplo en Santiago del Estero, donde la sequía ha arrasado con sembrados, bosques y campos…

Sin embargo, en la Nochebuena de ese año de 1838, sobre la capital de Santiago y sobre diversas localidades de la provincia, se desploma una abrumadora precipitación, que alcanza a 60 milímetros en la ciudad. Una cifra que no se había alcanzado en cincuenta santiagueños años… El “autor” de esa lluvia se llamaba Juan Baigorri Velar.

Cuando en la segunda presidencia de Irigoyen, el general Enrique Mosconi invitó a Baigorri a bajar a Buenos Aires, para encargarse de un ente autónomo de Yacimientos Petrolíferos Fiscales, que estaba a su cargo, sabía muy bien a quien llamaba. Aquel ingeniero entrerriano, nacido en Concepción del Uruguay en el año 1891, era hijo de un hogar militar, regido por el orden y la disciplina.

"El hombre que hacia llover"

Hijo de un militar que cultivaba una profunda amistad con el Gral. Julio Argentino Roca, cursó sus estudios en el Colegio Nacional Buenos Aires y luego se recibió de ingeniero. Como decidió realizar una especialización en petróleo, viajó a Italia para cursar Geofísica en la Universidad de Milán.

Baigorri Velar - La maquina de hacer llover Durante su estadía en Italia diseño y construyó un aparato que medía el potencial eléctrico y las condiciones electromagnéticas de la tierra. Esto sería el principio de lo que hoy es casi una leyenda. Se trataba de una caja cúbica del tamaño de un aparato de TV actual (de los medianos) y con dos antenas que sobresalían misteriosamente. Pero aún no lo usaba para los fines que lo harían famoso.

En 1929 Baigorri Velar acepta un cargo que le fuera ofrecido por el director de YPF, el Gral. Enrique Mosconi. Por este motivo se instala definitivamente en Buenos Aires junto a su mujer e hijo.

Al principio van a vivir al barrio de Caballito pero el ingeniero advierte que la zona es demasiado húmeda para su gusto y el de sus delicados instrumentos. Un día recorre un amplio sector de la ciudad llevando con él uno de sus aparatos, y al pasar por la zona de Villa Luro, descubre que ese lugar es el más alto de la ciudad de acuerdo a la medición de su instrumento, y allí se muda luego de encontrar una casa adecuada en Ramón Falcón y Araujo.

Es en 1938 cuando el ingeniero Baigorri descubre que uno de sus aparatos, cargado con reactivos químicos y conectado a una batería, provoca lluvias en cualquier lugar donde se encuentre. A partir de ese momento comienza a realizar pruebas en los lugares más difíciles.

En la estancia "Los milagros", de Juan Balbi, provincia de Santiago del Estero, hacía 16 meses que no había precipitaciones. Baigorri conecta sus instrumentos y logra hacer llover.

También en Santiago del Estero es solicitado por el mismo gobernador de la provincia, el Dr. Pío Montenegro. Acude a una estancia del funcionario en donde no llovía desde hacía ya tres años. Tres días de trabajo y llueven 60 mm. en dos horas.

Nuevamente Santiago del Estero, para Navidad; llueve como nunca.

En Carhué hacía tres años que no llovía. Va Baigorri con sus aparatos y llueve tanto que desborda la laguna.

El ministro de Asuntos Técnicos de la provincia de San Juan lo llama en 1951 para probar suerte en una zona en la cual no caía agua desde hacía 8 años. Prueba y llueven 30 mm.

A pesar de todo esto hay una buena parte de la opinión pública que desconfía del método. Lo llaman "el mago de Villa Luro" y les cuesta creer que todo aquello sea posible.

El director del Servicio de Meteorología Nacional no perdía ocasión para hablar con tono entre burlón y despectivo de Baigorri Velar. Un día el diario "Crítica" anuncia, a modo de desafío, que el ingeniero hará llover entre el 2 y el 3 de enero de 1939. Baigorri acepta el reto y no sólo eso: con un rasgo de humor poco habitual en él, ya que se trataba de un hombre que tomaba todo muy seriamente, le envía un paraguas de regalo al hombre que se burlaba de sus métodos, el Director de Meteorología. Una tarjeta adunta decís: "Para que lo use el 2 de enero"

En efecto, llueve entre el 2 y el 3 de enero. Lo entrevistaron de varios diarios y revistas extranjeras. En la década del 40' un ingeniero norteamericano vino a verlo ofreciéndole mucho dinero por el invento y Baigorri contestó que:

-Soy argentino ... Y mi invento es para beneficiar a la Argentina.

Los ofrecimientos se sucedieron, pero la respuesta fue siempre la misma.

A pesar de todo esto, el manoseo popular de la idea y las feroces embestidas de funcionarios que no estaban de acuerdo, hicieron que Baigorri Velar decidiera retirarse, aunque continuó con esporádicas experiencias en los lugares en donde se lo solicitaba.

Tal vez no llovió en ciertos lugares a los que acudió el ingeniero con sus aparatos, pero es innegable que sí lo hizo en mucho otros donde hacía mucho tiempo que tal cosa no ocurría. El hecho es que todavía hoy se polemiza sobre el tema.

Las primeras experiencias

En octubre de ese año se realizan las primeras pruebas. Baigorri y Miatello viajan a estación Pinto, en Santiago del Estero. Desde allí, éste último informa al gerente del ferrocarril que “llegamos con un tiempo completamente normal, día de sol fuerte y viento norte; de inmediato se procedió a instalar el aparato y dos antenas en la colonia “Los Milagros”, del Sr. Juan Balbi, y a los pocos minutos de haber comenzado a funcionar se pudo observar que el característico viento norte, caliente, cambió de dirección, soplando del Este, siendo casi fresco, a las 12.30 de la noche, o sea a las ocho horas y media de funcionamiento del aparato, hubo una ligera tormenta de viento fuerte, acompañada de un ligero chaparrón”.

El ingeniero Miatello continuaba su informe, fechado el 25 de noviembre de 1938, diciendo que durante los cinco días siguientes, sopló siempre viento del Este y a pesar de comprobarse la formación de tormentas, no había lluvias por la poca potencia del aparato, según le había manifestado Baigorri. “El último día de los experimentos se le había desconectado el aparato y el viento dejó de soplar; durante la tarde se volvió a soportar viento cálido del Norte y al anochecer calmó; se conectó nuevamente el aparato y de inmediato, a los pocos minutos, comenzó a correr viento del Este”, continuaba el informante.

En el viaje de regreso a la capital, ambos viajeros se habrían encontrado con el senador nacional Dr. Castro y el obrajero Francisco Pes, quienes venían del nordeste de la provincia de Santiago, a más de 300 kilómetros de Pinto. Estos comentaron, especialmente el segundo, que con gran extrañeza notaron durante los días anteriores el cambio de dirección del viento Norte por el del Este, fenómeno que nunca se había producido antes, de donde pudo deducirse que el aparato tenía influencia en un radio de varios kilómetros. “Ahora Baigorri –concluía el informe- construirá un aparato de mayor potencia y en diciembre volvemos a Pinto para continuar con los experimentos. Una vez terminados los mismos y comprobado el éxito, no escapará al elevado criterio del señor gerente, la trascendencia y utilidad del invento del ingeniero Baigorri, quien además de ser un buen geofísico, es un notable rabdomante, pero científico; fija las corrientes de aguas subterráneas con verdadera precisión, indicando la profundidad, la calidad de las aguas y la cantidad que puede aprovecharse”.

El gobernador de Santiago, doctor Pío Montenegro, llevó a Baigorri a un campo suyo, sito en el norte de la ciudad capital, el que por falta de agua se encontraba abandonado. El visitante hizo el estudio y fijó una corriente de agua potable a ciento veinte metros de profundidad con un rendimiento de 4.000 litros por hora. Hecha la perforación con una máquina del Ministerio de Agricultura, se comprobó el cálculo expresado. Además, estando en Selva, dirigiendo la perforación petrolífera fijó una abundante corriente de agua potable subterránea, la que cruzaba las vías del Central Argentino (hoy Ferrocarril Mitre), próxima a la estación Ceres. Este hallazgo fue proporcionado luego al ferrocarril.

No hacía falta más. Baigorri fue autorizado a viajar a Santiago y a experimentar en la granja de la provincia facilitada por el doctor Montenegro. El 22 de diciembre llegó a la capital santiagueña y sin pérdida de tiempo se puso a trabajar. Dos jóvenes ingenieros profesores del Nacional local, agregaron a su saludo:

“No nos vaya a hacer llover en Nochebuena, ingeniero. Mire que tenemos todo preparado para la fiesta. A ver si después de tres años en que aquí no cae una gota, usted se nos “descuelga” con un aguacero y se nos ahoga la velada…”

Baigorri hizo oídos sordos a tales ironías y comenzó a “fabricar” su lluvia artificial. Propietarios de caballos de carrera fueron a verlo para pedirle que no hiciera llover el domingo, puesto que tenían que correr sus “puros”. El “forastero” no supo de pedidos y conectó sus aparatos. A las 55 horas de trabajo, Santiago recibió en dos horas, el regalo bendito de… sesenta milímetros de lluvia. El gobernador Montenegro vio interrumpido su sueño por la precipitación y abandonó de prisa el patio de su casa, y los bailes de Nochebuena, donde algunos habían pagado hasta “ocho pesos de entrada”, debieron suspenderse a las tres de la madrugada. Nunca había llovido tanto en la ciudad, desde medio siglo atrás. Un diputado provincial que había augurado sequía para otros tres años, en el momento de conocerlo, tuvo la hidalga actitud de felicitar a Baigorri al día siguiente de su experiencia; no así los jóvenes profesionales, a quienes “no volviese a ver”.

Cuando los viajeros completaron 122 horas de permanencia en la provincia, el registro de lluvias que se dio a conocer fue el siguiente: capital, 60 milímetros; estación Fernández, 70; La Banda, 60; Loreto, 45; Robles, 10; Silípica, 10; Villa Simbolar, 44; Los Naranjos, 44; Guasayán, 10; Vinará 15; Tapao, 24; San Pedro, 10; Choya, 26; Herrera, 9; Lugones, 13; Taboada, 14; Forres, 14; Beltrán, 18, Vilmar, 29; Selva 11 y San Ramón, 53.

El regreso de Baigorri se produjo después de Navidad. El tren que lo trajo de Santiago, hizo una breve parada en Belgrano y allí un hermano suyo cargó los aparatos en su Dodge. Miatello hizo después la siguiente descripción de dicho aparato: “no tiene mayor tamaño que una caja de radiotelefonía y se corona con dos antenas semejantes a las de tal uso, consiguiendo resultados sorprendentes”.

Al llegar a Retiro una verdadera multitud los cargó en andas –muchos ni los conocían, pese a lo cual fueron alzados en vilo- y los depositó en medio de la plaza, al lado de la Torre de los Ingleses. Luego una compacta caravana los acompañó hasta 25 de Mayo y Cangallo donde funcionaban las oficinas del ferrocarril. Allí, Baigorri fue impuesto de ciertas declaraciones del ingeniero Alfredo G. Galmarini, titular de la Dirección de Meteorología, referentes al episodio de Santiago. “Crítica” en su edición del día anterior, publicaba un suelto en el que Galmarini no sólo negaba el hecho, sino que, risueñamente, lo calificaba de “parodia”. En sus declaraciones decía: “Ante el conocimiento de los términos, de los alcances y de las proyecciones que se han querido atribuir a los pseudos experimentos de Santiago del Estero, realizados por una empresa particular, y en razón del cargo que desempeño, me veo en la necesidad de declarar que dichas informaciones no constituyen solamente un atentado a la ciencia, sino también al más elemental criterio. Por ello, la Dirección a mi cargo no está ya interesada en desvirtuar, con nociones técnico-científicas, el carácter de los experimentos y sus posibilidades. Yo creo que el comentario público, por sí solo, es quien debe desvirtuar tanta imaginación tropical, al punto que estimo que los comunicados de referencia debieron aparecer en un día 28 de diciembre (día de los inocentes) por las razones conocidas”.

Galmarini sostuvo que la oficina meteorológica ya había pronosticado la lluvia que cayó en Santiago del Estero, por lo que Baigorri exhibió recortes extraídos de sus bolsillos. “El Liberal” daba cuenta que el Servicio había pronosticado para el día de la experiencia: “Santiago del Estero, Chaco y Formosa: bueno y caluroso con poco cambio de temperatura”.

Con todo, el titular de Meteorología persistió en su ataque y ridiculizando el episodio, hizo publicar después: “Según la panacea que se anuncia, ya no tendremos más desiertos y a este respecto, entiendo que los que han defendido este sistema, si lo han hecho con sinceridad se han quedado cortos en las proyecciones del invento, pues si con una cajita se ha conseguido hacer llover en una extensísima zona del país, y haber provocado una perturbación meteorológica característica, que a las 9 del día 24 de diciembre la oficina Meteorológica la había registrado y reproducido en su carta sinóptica que llega a las manos del público, perturbaciones que tienen más de 1.500 kilómetros de longitud y que nacieron a la altura de Tierra del Fuego muere en el centro de Córdoba, pasando por Mar del Plata, deberíamos llegar a la conclusión de que aumentando la potencia del aparato y multiplicando en gran cantidad su número, podríamos llegar sin mayor esfuerzo mental al diluvio universal”.

Los ingleses, sin embargo, se preocuparon por el fenómeno. Del diario “The Times” solicitaron una entrevista, por intermedio del ingeniero Miatello. Baigorri respondió a ella, negando luego su invento a un ingeniero norteamericano, que le ofreció muchos dólares por su “máquina de hacer llover”: “Soy argentino –le contestó- y como tal, quiero que mi invento beneficie a mi país. No estoy dispuesto a vender la fórmula por todo el oro del mundo”.

La ciudad responde al gesto de su vecino y una nutrida concurrencia hace coro frente a la casa de la calle Araujo. Se suceden los calificativos: “el mago de Villa Luro”, “revolucionario del cielo”, “Júpiter moderno”, etc. Solo Galmarini continúa su campaña de descrédito. A la que el destinatario pone fin con singular contestación. Esta vez “Crítica” y “Noticias Gráficas” publican su desafío autografiado: “Como respuesta a las censuras a mi procedimiento, regalo una lluvia a Buenos Aires para el 3 de enero de 1939”. Alguien sostuvo que en principio la fecha fijada por Baigorri fue la del 31 de diciembre y que luego, instado por quienes no querían que las fiestas se “mojaran”, decidió trasladar la experiencia para los primeros días del año nuevo.

El país comienza a convulsionarse. Los comentarios se barajan en las mesas de café, en las ferias, en la iglesia. Una suerte de psicosis colectiva envuelve a todos y todos se ocupan solamente de Baigorri. Se desprecia el fallo del juez Luis de Elizalde, absolviendo por falta de pruebas a todos los procesados por el asesinato de Alí Ben Amar de Sharpe (a) Chicho Chico; ya no se tiene casi en cuenta que a más de un mes de tramitaciones policiales y judiciales, no se ha logrado esclarecer el rapto y la desaparición de Marta Stutz; ya no interesa tanto el drama de España; ni la amenaza de Hitler… ¡La nota es Baigorri! Y llegan hasta él todos los periodistas de la época. En reportajes que abarcan páginas enteras, el desafiante explica que las regiones húmedas son las que naturalmente ofrecen mejores perspectivas para sus ensayos.

“Cuando yo comencé mis experiencias en Buenos Aires –declaraba- hice llover cuantas veces me dio la gana. Las lluvias caídas en julio fueron mías. Pero no es gracia hacer llover en Buenos Aires; había que buscar una región seca, en donde la lluvia sea un regalo que nunca llega. Por eso pedí la colaboración de una empresa importante como es el ferrocarril, para que me permitiese trasladar hasta esas regiones, y al mismo tiempo, que designase un técnico responsable que controlase mis experiencias”.

En la misma página de “Crítica” (30/12/1938) en que “El Trust Joyero Relojero” ofrecía un par de alianzas de oro 18 k. y anillo de oro 18 k. y platino, con brillantes, más el regalo de una práctica bandeja para masas por sólo 45 pesos, un título a cuatro columnas, decía: “Hoy empezó Baigorri a preparar la lluvia que caerá del 2 al 3”. Y más abajo agregaba que a las 10, en que empezó a funcionar el aparato, había cambiado la dirección del viento.

Esa tarde del día 30, Baigorri visitó al Ministro de Agricultura, ingeniero José Padilla, acompañado por el ingeniero Miatello y por el señor César Fioretti. Padilla recibió del visitante la versión oficial sobre sus ensayos para provocar lluvias en los días propuestos, deseándole éxito en su cometido. A la salida de la entrevista, Baigorri acertó pasar por una tienda del centro y gastó una de las pocas bromas que se le conocieron. Compró un paraguas y se lo envió de regalo…..al Director de Meteorología.

Baigorri y el Meson de Fierro

Cumplidos sus estudios secundarios en el Nacional Buenos Aires, prefirió la complejidad científica, antes que la carreta militar. Graduado en geofísica en la Universidad de Milán, viajó por Europa, Africa, Asia y los Estados Unidos, actuando como técnico en petróleo por cuenta de diversas compañías.

Vuelto a nuestro país, Baigorri redescubrió el Mesón de Fierro, un famoso meteorito caído hace unos 4.000 años en el límite del Chaco Austral y el Chaco Santiagueño; valiéndose de sus aparatos, capaces de medir el potencial eléctrico y determinar las condiciones electromagnéticas de la tierra.

Perdido desde el año 1793 el fragmento principal del mencionado meteorito, la provincia de Santiago del Estero estimuló la búsqueda, acordando un premio por ley de 1873, al que volviera a descubrirlo nuevamente. Dicho premio consistía en dos mil pesos fuertes y diez leguas de tierra fiscal.

Para obtenerlo, y tener derecho a elegir las tierras así ganadas, el descubridor debía entregar al gobierno de la provincia “una muestra del fierro y un derrotero exacto que conduzca al punto en que él se encuentra”.

Transcurrieron 64 años sin alternativas hasta que el hallazgo de Baigorri vino a dar notoriedad a esta ley obsoleta. El diario “La Nación”, en su edición del 27 de diciembre de 1936, reproduce un reportaje hecho al Ing. Miatello: “Entre nosotros, Baigorri descubrió el Mesón de Fierro, famoso meteorito caído en el límite entre el Chaco Austral y el Chaco Santiagueño. Este meteorito define la línea limítrofe, pero no fue hallado hasta los trabajos del Ing. Baigorri Velar, que lo localizó mediante sus aparatos de geofísica que miden el potencial eléctrico y determinan las condiciones electromagnéticas de la tierra.

“Luego del hallazgo, Baigorri Velar se presentó ante el gobernador, Dr. Pío Montenegro, a fines de 1937 denunciándole haber descubierto el Mesón de Fierro y reclamando por primera vez desde 1873 que se le acordara el premio instituido por ley de ese año, produciendo esto encontrados comentarios en el gobierno y en la prensa local. Lo cierto es que en esos días la legislatura provincial, en apresurada sesión, dictó la ley Nº 1455 promulgada el 17 de Diciembre de 1937, cuyo artículo 1º dice: “Derógase la ley de fecha 30 de Enero de 1873 que acordaba un premio al que descubriese el Mesón de Fierro, existente en el Chaco. Art. 2º Comuníquese al Poder Ejecutivo, etc”.

Interrogado el Ing. Baigorri Velar expresó: “que como se le negó el premio que le correspondía por su descubrimiento del meteorito famoso, volvió al sitio donde lo descubrió anterrado debajo de un árbol y luego de haber extendido encima una capa de un material aislante que impide su búsqueda con aparatos creados para tal fin, lo volvió a cubrir con tierra”, agregando, “todavía ahora sabría el lugar donde se encuentra el tan buscado y codiciado meteorito…..”

La vuelta al suelo

Después de vivir el halago grande que le brindaron “sus” últimas lluvias, Baigorri, olvidado ya de Galmarini, tornó a llamarse a silencio. Por espacio de tres años, no hubo experiencias y las precipitaciones fueron normales. En 1945, inducido por su amigo Alfredo Cernadas, propietario de la estancia “La Delia” se decide a hacer cateos en la provincia de Buenos Aires, para ubicar horizontes petrolíferos. Mar del Plata, Balcarce, Tandil, Lobería, todo el sur de la provincia es investigado por medio de sus aparatos de física. Se llegaron a totalizar 112 cateos, los que para ser explotados necesitan la autorización del gobierno de la Provincia, de acuerdo con el Código de Minas.

Pero otra vez el destino le sale al paso a Baigorri. La muerte de Ortiz ha posibilitado el gobierno de Castillo y éste, no tarda en ser abatido por una revolución militar que se desata en la mañana de 4 de junio de 1943. Las autoridades provisionales se hacen cargo de todos cargos nacionales y provinciales. Baigorri quiere saber el destino de los expedientes presentados después de las exploraciones ante el gobierno de la provincia de Buenos Aires. Los papeles se han presentado en completo orden, los derechos y los impuestos han sido oblados regularmente. Falta saber qué decisión ha adoptado el ministerio respectivo.

Acompañado por Cernadas, el doctor Eduardo Rivarola su apoderado y el padre Francisco Galarza S. J. se hace presente en el despacho del ministro de Obras Públicas. Los recibe un secretario que dice no “saber nada” de los expedientes. Por fin, ven al ministro. Este les explica que necesitará un tiempo para estudiar en que situación están los expedientes presentados por los concurrentes. De pronto, Baigorri mira hacia un costado: “Son esos”, dice señalando un montón de carpetas que duermen en un rincón. “Reconozco el color de las carátulas”. Toma una. Y la abre. Y se la muestra al funcionario, quien promete ocuparse en los próximos días de estudiar caso por caso. A las cuarenta y ocho horas, los diarios de la capital dan cuenta de que la zona explorada por Baigorri, ha sido declarada “zona fiscal de reserva”.

Se estrechan los cercos en torno suyo. A la pertinaz persecución de Meteorología, se suma esta otra, lanzada contra su labor científica. El otrora “mago de los cielos” continua realizando algunos trabajos para terceros, en diversos puntos del territorio nacional, sin intentar por años la aprobación de organismos oficiales.

Vuelven las lluvias

A fines de 1951, Baigorri vuelve a la palestra. Gobierna Perón en la Argentina y el ingeniero Raúl Mendé está a cargo del Ministerio de Asuntos Técnicos. Lo nombran asesor técnico del Ministerio, con expresa indicación de fijarse un sueldo. Baigorri interpreta que ello involucraría la cesión de sus experiencias al Estado y prefiere trabajar “ad-honoren”. En enero lo destinan a Caucete, San Juan, donde hacía ocho años que no llovía. Allí provoca tres lluvias, la última de 31 milímetros.

“Tuve que trabajar con suma cautela –recordaba años más tarde. Mis aparatos constan de dos circuitos: el “A” provoca tornados y ciclones; el “B”, lluvia intermitente. Al bajar en Caucete la sorpresa fue muy grande. La iglesia y el hotel Derby estaban apuntalados. Todavía conservaba la ciudad tristes muestras del terremoto de 1944. Trabajé con circuito “B”, pero lo más importante es que esa temporada por primera vez, el viento Zonda no sopló”.

Ese mismo año lo mandan a Córdoba en dos oportunidades, para terminar con una sequía que asolaba con varios puntos de la provincia. El 21 de noviembre provoca una precipitación de 81 milímetros que provocó un tornado de lamentables consecuencias. Al mes siguiente, ocasiona dos lluvias en fechas 28 y 29, la última de 51 milímetros, dejando el dique San Roque con más de 35 metros de agua.

Siempre avalado por la Secretaría de Aeronáutica, cuyo control Enrique Cárpena era supervisado por el vicecomodoro Rodríguez Leopardo, en enero del año siguiente, Baigorri viaja a La Pampa, que venía padeciendo también los rigores de una pertinaz sequía. Los resultados son muy favorables, ya que consigue desatar lluvias que suman 2.160 milímetros en todo el perímetro de aquella provincia.

A su regreso a la Capital, espera un tiempo sin recibir noticias y luego se decide a escribir al ministro Mendé una nota que llevó fecha 6 de noviembre de 1952. En la misma, luego de reseñar las experiencias logradas tanto en San Juan como en Córdoba y La Pampa, agrega este párrafo: “Hágole también presente al señor Ministro que hasta la fecha no he recibido remuneración alguna por los trabajos científicos ejecutados a ese Ministerio durante dos años, para sacarle la sequía del país. Después de todo lo expuesto, agradecería al señor Ministro me informara si mi descubrimiento sobre lluvia artificial interesa o no al Gobierno”.

No tardó mucho la respuesta oficial. Tan lacónica como negativa. Dado que lo que a Baigorri se le requirió entonces, la revelación de su descubrimiento, el hombre de ciencia lo consideró siempre imposible. Tomas Vottero, subsecretario de Asuntos Técnicos, firmó la nota respuesta, en cuyo texto dijo: “A los efectos de lo solicitado y a fin de considerar su invento, es imprescindible que Ud. remita un informe detallado sobre las bases técnicas-científicas del mismo”.

Sus últimas apariciones

Por más de una década, muy poco se supo de Baigorri. Como si él mismo se hubiese impuesto el silencio, desechó toda ocasión de publicitarse. Siguió su retirada vida, leyendo mucho y viajando ya muy poco. En 1965, llegó hasta su casa de Villa Luro el agregado comercial del Uruguay ante nuestro Gobierno, Guillermo Stewart Vargas. Su país estaba soportando largo tiempo de seca y allá Baigorri se conocía. Para cumplimentar el pedido oficial, Stewart Vargas fue a Meteorología, en donde le informaron de la inexactitud de los hechos que se le atribuían al inventor.

Cuando el agregado uruguayo hizo saber esto a Baigorri, la respuesta de éste fue muy simple: “Esta bien. Desde mañana observe los nublados”. Y por un tiempo, el cielo de nuestra ciudad tornó a nublarse con marcada frecuencia.

En noviembre de 1967, Chile también soportó una cruel sequía que devastó campos y diezmó su insuficiente ganadería. En nota que se le cursara entonces, la cancillería chilena solicitó los servicios de Baigorri, y a éste con sus “aparatos de física para terminar con la sequía de ese país”. Además, agregaba que debía entenderse muy bien que él “no iría a hacer ensayos, sino a terminar definitivamente con la sequía”. El silencio del encargado de negocios Alvarez Droguett, fue tomado por elocuente respuesta.

Invento o casualidad

Han pasado muchos años desde las primeras noticias con las que Baigorri impresionó a un mundo más incrédulo y menos tecnificado. Hoy la historia de “su lluvia” suena a historia de cow-boys cuando el hombre hace cuarenta años que llegó a la Luna. Pero ante el avance electrónico, ante el lanzamiento regular de satélites artificiales, ante toda esta revolución científica, el misterio de “la lluvia de Baigorri” no ha podido develarse.

¡Claro que llovió! … ¡Y cómo! – contestan los viejos santiagueños refiriéndose a aquel año de 1938.

- Dijo en tal fecha y en esa fecha llovió sobre Buenos Aires-, aseguran los porteños de aquel tiempo, comentando la precipitación del 2 de enero de 1939.

¿Qué pasó entonces? ¿Fue casualidad? ¿No sirvió, acaso, la explicación científica que dio Baigorri en su momento y que siguió sosteniendo hasta sus últimos días: “un aparato que consta de una antena especial, que despide rayos electromagnéticos hacia la atmósfera y va produciendo la congestión hasta provocar la lluvia”.

¿Por qué la Dirección de Meteorología atacó tan tenazmente sus experiencias, mientras éstas fueron siempre comprobadas por profesionales responsables? ¿Habrán sido los “intereses creados” a los que alude el inventor, o por el contrario, la mera casualidad permitió a éste el sostenimiento de su tesis?

Ajeno a estos enigmas, Juan Baigorri Velar vivió en el silencio de su casa de Villa Luro, acompañado por su fiel “Teófila”, una foxterrier que bautizaron sus nietos y que lo miraba atentamente cuando el desgranaba los recuerdos que extraía de sus amarillentos archivos. Los últimos años de su vida sirvieron para aferrarlo más a su secreto, eludiendo toda publicidad. Prefería estar solo y en silencio, entrecerrando a veces los ojos, para oír llegar desde afuera el eco de aquellos coros juveniles: “…que llueva, que llueva, Baigorri está en la cueva…. enchufa el aparato y llueve a cada rato…”

El ingeniero Juan Baigorri Velar falleció el 24 de marzo de 1972, a los 81 años de edad. Con él se llevó el secreto de su máquina. Curiosamente, el día anterior de su muerte fue el Día Mundial de la Meteorología.

Anexo artículo del diario Clarin del 2002
EL DIA EN QUE TODA LA CAPITAL MIRO HACIA EL CIELO PARA VER SI IBA A LLOVER
(Héctor Gambini. Redacción de Clarin.17-06-2002)

Sucedió el 2 de enero de 1939, cuando un ingeniero llamado Juan Baigorri le aseguró al director de Meteorología que haría llover sobre la ciudad. Y llovió.

Como respuesta a la censura a mi procedimiento, regalo —por intermedio de Crítica— una lluvia a Buenos Aires para el 2 de enero de 1939". La frase salió en el diario a fines del 38 y era un desafío público al director de Meteorología Nacional, para quien el autor de los dichos no era más que un embustero. Un ingeniero provocador que decía haber inventado la máquina de hacer llover.

Cuando llegó el 1° de enero, los porteños tenían el desafío tan presente que chocaban copas de madrugada con los ojos clavados en el cielo limpio. El día fue tan caluroso y húmedo que hasta la tarea de sentarse bajo la parra a mirar las nubes raquíticas que pasaban por Buenos Aires resultaba un entretenimiento cansador. Pero llegó la noche y nada.

En la mañana del 2, la ciudad volvió al trabajo. Y nada. Ni rastros de la lluvia. Pero no había viento ni para mover un pétalo de rosa. Y las nubecitas blancas y enfermizas de la tarde anterior iban echando cuerpo y color. Primero grises plomo. Después virando hacia el negro. Cada vez más. Hasta que una brisa de suspiro apareció de la nada con un aliento de humedad en suspensión. Gotitas sin peso ni para llegar al suelo. Y otras gotitas finas detrás, que ya tocaban el asfalto. Y otras gordas como ñoquis, que ahora hacían dibujos en los charcos incipientes. Enseguida, tormenta eléctrica y chaparrón violento. Una catarata que caía del cielo mientras Crítica paraba las rotativas para salir al mediodía con el título principal de la quinta edición, en tipografía catástrofe: "Como lo pronosticó Baigorri, hoy llovió", debajo de una volanta que daba información acerca de lo que acababa de ocurrir en Buenos Aires: "Baigorri consiguió que tres millones de personas dirijan sus miradas al cielo".

El tal Baigorri había nacido en Entre Ríos a fines del siglo anterior. Hijo de un militar amigo del general Roca, llegó a Buenos Aires para hacer la secundaria en el Colegio Nacional. Cuando egresó viajó a Italia para estudiar geofísica y se recibió de ingeniero en la Universidad de Milán.

En esos años —principios de la década del 30— comenzó a viajar por el mundo, contratado por diferentes petroleras. Estuvo en diversos países de Europa, Asia y Africa. Y también en Estados Unidos, desde donde volvió contratado por YPF.

Con su mujer y su hijo se instaló en Caballito. Junto a sus bultos de familia hizo trasladar desde el aeropuerto un aparato con antenas expandibles, que guardó celosamente en un placard. "Más o menos estoy adaptado a Buenos Aires, pero hay mucha humedad", se quejaba. Una mañana se decidió. Tomó unos aparatos y los utilizó para ir midiendo la humedad por los barrios porteños. Se paró frente a una casa de Araujo y Falcón, en Villa Luro. Las agujas le indicaban que era la zona más alta de cuanto había recorrido. Compró esa casa, que tenía un altillo perfecto para un laboratorio.

Allí se fue "desarrollando" la función de la extraña máquina, un artefacto que, a los dichos de Baigorri, provocaba que el cielo rompiese en lluvia cada vez que la encendiera. Según él, ocurría por un mecanismo de electromagnetismo que concentraba nubes en el área de influencia del aparato.

Era 1938 y los diarios hablaban de los recientes suicidios de Leopoldo Lugones y Alfonsina Storni. Y de los fraudes en las elecciones parlamentarias que ponían al presidente Roberto Ortiz al borde de la renuncia. River inauguraba el Monumental.

Baigorri buscaba demostrar que podía manejar la lluvia y buscó el patrocinio del Ferrocarril Central Argentino. El gerente inglés oyó la propuesta y sonrió, malicioso. "¿Y usted podría hacerlo en cualquier lugar?", preguntó, tropezando con las palabras en español. Baigorri contestó que sí, y el inglés desafió, sarcástico: "Bueno, haga llover en Santiago del Estero".

Hacia allí salió el ingeniero, con su extraña máquina y un perito agrónomo de acompañante, que viajaba para controlarlo. A los pocos días volvieron y el perito certificó que, en una estancia de una localidad llamada Estación Pinto, Baigorri se puso a trabajar y a las ocho horas llovió.

Su fama comenzó a crecer y llegó con él, en tren, a Buenos Aires. Hasta viajaron dos periodistas de The Times, de Londres, para entrevistarlo. En el otro rincón, el ingeniero Calmarini, director de Meteorología, salió a decir que todo era un invento infame o, a lo sumo, obra de la casualidad.

Aprovechando la polémica y con el tema instalado en la calle, Crítica fue a entrevistar a Baigorri. De allí salió el desafío para el 2 de enero. Ante el silencio de Meteorología, el ingeniero subió la apuesta: le mandó al funcionario nacional un paraguas de regalo . Junto al bulto, una tarjeta: "Para que lo use el 2 de enero".Fue el día en que los porteños se desvelaron para mirar el cielo, esperando la lluvia.

Baigorri comenzó a viajar por el interior y a "hacer llover" con su máquina en diferentes localidades, con suerte dispar.

En 1951 fue asesor ad honórem del Ministerio de Asuntos Técnicos. Al año siguiente desempolvó su viejo invento y viajó a La Pampa. Llegó, encendió la batería y empezó a llover, aunque ya la gente dudaba de sus méritos: "Iba a llover de todos modos", decían.

Baigorri se recluyó en un largo silencio. Ya viudo, pasaba horas en el altillo de Villa Luro. Leonor, la mujer que hoy vive en esa casa, contó a Clarín: "Cada vez que llovía la gente rodeaba la casa y se ponía a mirar hacia el altillo". Allí mismo Baigorri se negó a atender a un emisario que decía venir en nombre de un empresario norteamericano para comprarle la fórmula. "Mi invento es argentino y será para exclusivo beneficio de los argentinos", le contestó.

Anciano y solo, vendió la casa y se mudó a lo de un amigo francés, que le prestó una habitación en un departamento. Murió en el otoño de 1972, hace justo 30 años. Tenía 81 y había llegado al hospital solo, con problemas en los bronquios.

Nadie más supo de la extraña máquina de las antenas. Ni si Baigorri dejó un sucesor secreto para que la activara como homenaje durante su propio sepelio: cuando lo estaban enterrando, en el cementerio de la Chacarita, se largó a llover.



Fuentes: La gaceta federal, revisionistas.com.ar,


Ceres, Hernán – Baigorri: El mago de la lluvia
El universo y la sociedad – Planetario Galileo Galilei de Buenos Aires –Buenos Aires (1966)
Todo es Historia, Nº 13, Mayo de 1968
Turone, Oscar A. – Meteoritos, Historias caídas del cielo – Buenos Aires (2009).

Posteado por Valterber el 10:20. Etiqueta . Puedes ver los comentarios via RSS RSS 2.0

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